lunes, 29 de septiembre de 2008

FRANZ KAFKA Y EL TRABAJO


Al inigualable escritor argentino Jorge Luis Borges* pertenece el juicio más preciso que se haya formulado sobre la obra de Kafka: “Dos ideas –mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; y el infinito, es la segunda.”[1] En lo personal pienso que entre las múltiples subordinaciones que lo agobiaron, las más importantes, también, fueron dos. La subordinación a su padre, la primera y la subordinación al trabajo, la segunda.

De la primera subordinación, se ocupó de manera explicita y magistral el propio Kafka, cuando escribió Carta a mi padre, texto cuyo tenor, sentimiento y psicología, sirven para designar un síndrome psicológico que describe un tipo de relaciones disfuncionales entre padre e hijo, que se ha dado a llamar precisamente el síndrome kafkiano. De la segunda subordinación, también se ha ocupado el escritor checoslovaco, aunque de manera menos explicita, encubriéndose en los diversos personajes que creó en sus obras, pero sobre todo, encubriéndose en Gregorio Samsa el inmortal protagonista de La metamorfosis. Esta nota se centra precisamente en las concepciones que sobre el trabajo posee Gregorio Samsa, es decir Franz Kafka.

Debo decir que entre todas las opiniones ilustradas que conozco sobre el trabajo, las de Kafka** me parecen las más desgarradoras: bien por el contexto en que las vierte (en medio del drama kafkiano de Gregorio Samsa) o bien por su exquisita sensibilidad reconocida por todos. En sus ideas se conjugan el genio del observador agudo, con el sentimiento indignado del más desvalido de los seres; de ahí que posean la fuerza y la originalidad que con certeza no se encuentra en otros autores.

Cuando Gregorio Samsa (ya consciente de su monstruosa transformación) comienza a pensar, lo primero que viene a su mente es la obligación del trabajo y su probable error al haber elegido la profesión que tenía (la de vendedor viajero). Al reflexionar sobre esto, Kafka realiza una de las más brillantes descripciones del clima organizacional en el que se mueven los viajantes (otro cuadro similar, sin llegar al registro kafkiano, pero igualmente brillante lo conseguirá Arthur Miller con Willy Loman en La muerte de un viajante) Kafka escribe lo siguiente:

“¡Dios mío! –pensó-. ¡Que profesión tan dura escogí! Día tras día de viaje. Las tensiones por los negocios son mucho mayores que en el almacén, y además este tormento de los viajes, la preocupación por las conexiones de los trenes, la comida mala, a deshoras, y unas relaciones humanas que cambian, que nunca duran, que nunca llegan a ser cordiales. ¡Al diablo con todo!”[2]

Como se observa, a juzgar por el texto de Kafka, lo primero que preocupa y perturba (aún más) el intranquilo despertar de Gregorio Samsa, es el trabajo, la obligación que conlleva, pero sobre todo lo deshumanizada y atareada que es su labor, en la que todo es provisional, donde nada es realmente auténtico y cordial y en la que el corazón no puede tomar parte, en el sentir de Borges. Más adelante, pensando en remediar su tardanza repara que su esfuerzo sería en vano ya que el incondicional del amo (de esos que hay en toda empresa y de quienes gustan rodearse los dueños de los negocios) de seguro ya lo había puesto en evidencia. “(…) Incluso aunque lograra alcanzar el tren, no podría evitar la perorata del patrón, pues el auxiliar del almacén, que lo estaría esperando en el tren de las cinco, ya debía haber informado su falta. Era el auxiliar un pelele del patrón, sin carácter ni discernimiento. (…)”[3]

Pero las reflexiones de Kafka van aún más lejos, demostrándonos su genialidad. Cuando Gregorio Samsa logra salir de su habitación y se encuentra cara a cara con el principal (en la traducción de Borges) o el gerente (en la traducción de Cristina Fronnden), es cuando Kafka nos va a desvelar su cosmovisión sobre el trabajo, cosmovisión en la que claramente se transmite la conciencia de que el administrador es un mediador entre el capital y el trabajo y que como tal debe tomar parte por los empleados antes que por los empresarios:

“Bueno –dijo Gregorio, bien consciente de que era el único que había conservado la calma-, en seguida me visto, recojo el muestrario y salgo de viaje. ¿Si me van a dejar salir? Ya ve, señor gerente, que no soy testarudo y que me gusta trabajar. Los viajes son pesados, pero no podría vivir sin ellos. ¿A dónde va, señor gerente? ¿Al almacén? ¿Si? ¿Va a informar todo con veracidad? (…) Como usted bien lo sabe, le estoy muy obligado al señor patrón. Por otro lado, tengo que velar por mis padres y mi hermana. Estoy en un aprieto, es cierto, pero ya sabré salir de él. No me lo haga más difícil de lo que ya es. ¡Póngase de mi parte en el almacén! Yo sé que no quieren a los vendedores viajeros. Creen que se ganan un dineral y que se dan la gran vida. Después de todo no tienen ningún motivo especial para reflexionar acerca de este prejuicio. Sin embargo, usted, señor gerente, tiene una visión más amplia de las condiciones del trabajo que el resto del personal; incluso, dicho sea en confianza, una mejor visión que la del mismo patrón, el cual, en su calidad de empresario, se deja engañar fácilmente en perjuicio de un empleado. (…)”[4]

Como se aprecia en el texto, para Kafka queda claro que el trabajo es una actividad asumida por las obligaciones económicas que se poseen, antes que por vocación; pero, además, subraya la diferencia entre la administración y el capital, importante en este tiempo en el que muchas empresas hacen pensar a sus administradores que son propietarios del negocio, o por lo menos propietarios de parte de él. Falacia que utilizan con el fin de incrementar la productividad del negocio. Pero lo más importante, es el rol que Kafka le asigna a la administración, cuando prácticamente le exige al gerente que tome parte por él y no por el patrón, apelando a la visión más amplia de las condiciones de trabajo que él posee en su calidad de administrador.

Pese a la claridad que ofrecen los textos de la más importante obra de Kafka, pudieran surgir los cuestionamientos a esta interpretación, señalando que Kafka no es Gregorio Samsa y que las preocupaciones del hombre convertido en coleóptero, no tienen por que ser necesariamente las del autor checoslovaco. Por ello para escribir esta entrada me propuse revisar dos biografías de Franz Kafka: la de Max Brod[5], su albacea literario, y la de Klaus Wagenbach.[6]

Ambas biografías le dedican un capítulo al trabajo y la profesión de Kafka: “Luchas por el empleo y la carrera.” (Capítulo 3 del libro de Brod) y “Compañía de seguros de accidentes de trabajo. Amistades. Planes. Viajes.” (Capitulo 5 del libro de Wagenbach***). En este último trabajo, el autor, transcribe fragmentos de la correspondencia de Kafka que despejan toda duda a este respecto:

“Ahora llevo una vida totalmente desordenada. Tengo, sin embargo, un empleo de ochenta mezquinas coronas y de ocho a nueve horas infinitas de trabajo, pero las horas fuera de la oficina las devoro como una fiera. Como hasta ahora no estaba acostumbrado a limitar mi jornada de vida a seis horas y además estoy aprendiendo italiano y me gusta pasar la caída de la tarde al aire libre, el ajetreo de mis horas de libertad no me descansa mucho.

“(…) Del trabajo no me quejo tanto como de la podredumbre del tiempo cenagoso. Y es que las horas de la oficina no se dejan desarticular; todavía durante la última media hora se siente el peso de las ocho horas lo mismo que durante la primera. Muchas veces es como un viaje en tren a través de la noche y el día, como si uno, al fin, todo amedrentado, ya no pensase ni en el trabajo de la locomotora del maquinista, ni en el campo llano u ondulado, sino en que todo depende solamente del reloj que uno tiene en la palma de la mano sin quitarle los ojos de encima… Todos lo que tienen una profesión semejante son así. El trampolín de su buen humor es el último minuto de trabajo.”[7]

En el primer párrafo de la cita, queda evidenciada las coincidencias que poseen Kafka y Goethe (véase en este blog “J. W. Goethe y el trabajo”) Kafka, al igual que el autor de Fausto, considera al trabajo una suerte de esclavitud y a sus horas de duración, le suma las horas de sueño, que igual no cuenta como parte de su vida. Por ello afirma que no estaba acostumbrado a limitar su jornada de vida a seis horas. Luego enfatiza en que no es el trabajo en si, es más bien el empobrecimiento y la transformación del tiempo cuando se trabaja lo que le molesta, así como la imposibilidad de desarticular las horas que se pasan en la oficina.

¿Por qué tiene que ser tan enrarecido el clima organizacional en los centros de trabajo? ¿Por qué pese a todos los programas de capacitación, de otorgamiento de poder y de fidelización de los empleados, vemos a los integrantes de la nómina, tal cual lo describe Kafka, viendo el reloj como si de él dependiera sus vidas? No será tiempo de modificar las relaciones sociales entre el capital y el trabajo, para beneficio de la organización y de todos los que participan en la cadena de valor.


* La fotografía de Jorge Luis Borges ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en www.biografiasyvidas.com/biografia/b/borges.htm
**La fotografía de Franz Kafka ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en http://www.philosophyblog.com.au/the-problem-of-our-laws-by-franz-kafka/
*** La fotografía de Klaus Wagenbach ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en www.tuebinger-buecherfest.de/programm.html
[1] Aunque esta cita es tomada de un libro de la serie Cara y Cruz de Editorial Norma: A propósito de Franz Kafka y su obra, recuerdo haberla leído por primera vez en el Prólogo que Jorge Luis Borges hizo a La metamorfosis publicada por Editorial Losada hace ya muchos años, un volumen de tapa naranja con azul, que algunos seguro recordarán y que no puedo referir con precisión por formar parte de aquella larga lista de libros que los lectores solemos perder, literalmente, en el camino. El subrayado de la palabra subordinación e infinito es mío.
[2] KAFKA, Franz: La metamorfosis. Editorial Norma. Segunda edición: Colombia, 2002. Traducido del alemán por Cristina Frondden
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] BROD, Max: Kafka. Alianza editorial y Emecé editores. Buenos Aires: 1951. Madrid: 1974, 1982.
[6] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981
[7] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981. pp. 73-74.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La Pirámide de la planeación

Entre las propuestas académicas desarrolladas por el profesor José Luis Lazarte en sus clases de Administración y gestión empresarial, una de las más interesante es La Pirámide de la planeación, que es un ordenamiento jerarquizado de los instrumentos de esta primera actividad del proceso administrativo, a través de la cual las organizaciones modelan su acción empresarial. Tal como él lo explica en sus clases: esta integración de los instrumentos pasa primero, por definir con claridad cuáles son los que la organización va a utilizar para planear y, también, por elegir entre las distintas propuestas académicas aquella que a juicio de los responsables del planeamiento resulte la más apropiada; garantizando con esto la normalización del lenguaje de la planeación y la correcta comprensión de su terminología por parte de toda la nómina.

Con relación a la elección y a los instrumentos de planeación que recomienda, él trabaja sobre la base de cuatro propuestas: la de James Stoner, R. Edward Freeman y Daniel R. Gilbert, Jr. en su célebre libro texto Administración, la de Harold Koontz y Heinz Weiririch en su no menos celebrado libro texto Administración. Una perspectiva global, la de Joseph Juran y Frank M. Gryna, Jr. en Planificación y análisis de la calidad y la de Jean-Paul Sallenave en su libro Gerencia y planeación estratégica.
Él es un convencido de que la Administración hay que desmilitarizarla, es decir desvincularla de los mandos del ejército y de la armada que suelen colmar hoy las escuelas de negocios, pero también despojarla de esa insulsa terminología belicosa que tanto daño ha causado en el mercado. Piensa, más bien, que hay que administrar la militarización, es decir llevar la administración a los cuarteles, en lugar de traer aquellos a las escuelas de negocios. Afirma que sólo es cuestión de sentido común.

A su juicio sólo se deben trabajar nueve instrumentos de planeación y prescinde de aquellos que han surgido producto de la aplicación de la terminología de guerra a la administración, a excepción de la estrategia, que como lo hace B. D. Henderson, la circunscribe al equilibrio competitivo de la empresa en el mercado. Los instrumentos de planeación que él considera relevantes son los que siguen:

La misión.- o "Declaración de maternidad" como la llama el profesor Joseph Juran. En la misión la empresa documenta su propósito principal y responde a las preguntas: quién es, qué hace, para quiénes lo hace, con qué nivel de calidad y qué tipo de responsabilidad social asume en su acciónar como organización.

La visión.- documenta la forma como se ve la empresa en el futuro sin precisar plazo alguno.

Los principios organizacionales.- definidas por Tom Watson Jr. (past president de la IBM e hijo del fundador de la compañía) como las creencias que adopta la organización y sobre las cuales estructura todo su accionar. Creencias que más que declaraciones deben ser verdaderas guías de la acción empresarial y base de la cultura corporativa de la organización.

Los objetivos.- son las proyecciones cuantitativas y cualitativas, tal como lo entiende Sallenave, que se refieren a algún atributo de la empresa, tiene una escala de medida, un umbral y un horizonte temporal.

Las metas.- aquellas acciones concretas que se deben de ejecutar para cumplir con los objetivos, ya que de hacer las cosas como habitualmente la hacemos, sería ilógico pensar que podremos mejorar la performance de la organización.

Los procedimientos.- son el conjunto de actividades que definen el curso de acción de los distintos trabajos que ejecuta la empresa.

Los métodos.- instrumentos de la planeación que definen la forma específica y peculiar de hacer cada una de las actividades de los procedimientos.

Los presupuestos.- el instrumento que permite a la organización controlar sus costos y egresos, así como sus ventas e ingresos, y

La planificación.- que es otro instrumento de control que permite calendarizar las actividades que se deben realizar para alcanzar los objetivos y ejecutar los procedimientos formulados y que permite, además, asignar los responsables de la ejecución de cada actividad.

A su juicio, es sobre la base de estos nueve instrumentos que la empresa define y escoge su rumbo. Lo importante, y esto también lo considero una contribución del profesor Lazarte, es la jerarquización ordenada que hace de estos instrumentos en su Pirámide de la planeación, para él: la misión, la visión y los principios organizacionales (en la cúspide de la pirámide), son los instrumentos de planeación que modelan la filosofía corporativa; los objetivos, las metas, los procedimientos y los métodos (en medio de estructura piramidal), los que definen la operatividad de la empresa; y, finalmente, los presupuestos y la planificación (ubicados en la base misma) que controlan las actividades que se ejecutan en la organización. (Véase la figura al inicio de esta entrada)

Pero la importancia de esta pirámide radica en su instrumentación a fin de de entender el divorcio que existe entre la academia y el mercado. Como lo afirma Lazarte, en la academia se enseña a instrumentar la planeación a modo de cascada: partiendo de la misión hasta llegar a la planificación, ya que es esa secuencia la que garantiza la estructuración y la cohesión del planeamiento. Pero en el mercado, la forma como operan las empresas es exactamente a la inversa; es decir, trabajan sobre la base de los instrumentos de control (la base la pirámide) y presionan a los trabajadores para el cumplimientos de tareas, cuotas y plazos, sin entender que el logro de todo ello depende principalmente de una clara definición de los instrumentos operativos de la empresa y, sobre todo, de la filosofía corporativa que hayan sido capaces de generar.

Es por esto que cuando los objetivo no se cumplen o las tareas no se ejecutan en los plazos previstos, entonces la dirección cuestiona el trabajo de la nómina y, en muchas ocasiones, echa mano al recurso fácil del despido. Sin darse cuenta que el sistema está escondiendo las llamadas perturbaciones crónicas (así llamadas por el profesor Joseph Juran), es decir: malos procedimientos y peores métodos de trabajo; objetivos y metas poco realistas y, lo que es peor, una débil y nimia filosofía corporativa, que son las causas reales del fracaso del trabajo.

Claro algo difícil de aceptar cuando los controladores son también los responsables de la planeación. Una prueba más de que no se puede ser juez y parte a la vez: que es, precisamente, el doble papel que cumple el Management en las empresas. Como siempre formulo una pregunta: ¿Quién controla a los controladores que son a su vez los que planean las acciones?

martes, 9 de septiembre de 2008

Adam Smith y el trabajo

En un mundo en el que la velocidad ha terminado por conducir a la gran mayoría de personas a la búsqueda de soluciones instantáneas para sus carencias de información y en el que las empresas de multimedia e Internet han creado soluciones también instantáneas para este problema, no hay duda alguna que ya es muy poco lo que se puede saber acerca del verdadero mensaje de aquellos autores que consideramos clásicos y que en su condición de tales son referidos una y otra vez por muchos sin que necesariamente hayan sido leídos.

Un video documental que nos dé una idea de tal o cual personaje, la entrada de alguna enciclopedia no siempre bien informada, la página Web de algún inquieto redactor que tampoco va a las fuentes cuando hace sus referencias o la posibilidad de conocer lo que dice un libro leyendo un sumario para el que debe invertir tan solo 40 minutos mensuales, además de las desubicadas referencias de algunos políticos y empresarios de todas partes del mundo, son algunas de las fuentes instantáneas del saber en el mundo moderno; que por cierto en lugar de formar, deforman causando mayores problemas que la desinformación misma.

Así ya no es extraño leer frases que los clásicos nunca escribieron y la forma como se les manipula con el exclusivo afán de vender utilizando su imagen, se ha vuelto práctica común. Práctica que por cierto, en ocasiones, ha llegado a extremos tan risibles como inconcebibles. Tal es el caso de un libro de negocios que se ha planteado la hipótesis, negada e improbable por cierto, de lo que haría Aristóteles* si presidiera una corporación, como si una mente de la brillantez y los niveles de reflexión de la mente aristotélica, si quiera se le podría pasar por la cabeza trabajar para una corporación moderna.

Prueba de esta desinformación son las ideas que realmente tenía Adam Smith** sobre el trabajo, expuestas obviamente, en su obra cumbre: La riqueza de las naciones (recordemos que sólo escribió dos libros: Teoría de los sentimientos morales e Investigación de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, conocido como La riqueza de las naciones)

Si revisamos La riqueza de las naciones en el Libro primero, capítulo siete: “De los salarios del trabajo” podemos encontrar opiniones que harán que muchos pongan en tela de juicio su filiación con el padre del liberalismo. Por lo cual pasaré a citar textualmente “Los salarios del trabajo, en todas las naciones, se acomodan al convenio que por común se hace entre estas dos partes, cuyos intereses de ningún modo pueden considerarse los mismos. El operario desea sacar lo más y el empresarios dar lo menos que puede. Los primeros están siempre dispuestos a concertar medios de levantar, y los segundos de bajar, los salarios del trabajo”[1]

Es decir: el padre del liberalismo, nunca dijo que los intereses del capital y el trabajo fueran similares, ni que los empresarios representan el sacrosanto interés de la nación, o que éstos obren en bien de los trabajadores, como hoy nos quieren hacer pensar. Es más en el siguiente párrafo dirá lo siguiente: “(…) Los empresarios o dueños, como menos en número, pueden con más facilidad concertarse, además de que las leyes, por lo regular, autorizan en éstos las combinaciones y las prohíben en los otros, pues por lo común, se ve que hay estatutos que prohíben levantar el precio de las cosas, pero no bajarlo: esto es ventajoso, y aquello perjudicial. En semejantes contiendas no pueden dejar de llevar siempre la ventaja los dueños (…)”

Queda claro aquí, como en muchos textos del libro, que Adam Smith antes que economista era un filósofo moral, que incluso se ocupó de la cátedra de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Es su condición de filósofo la que lo sensibiliza y lo lleva a adoptar un punto de vista crítico respecto de los hechos económicos que estudia en su obra y que entiende más como el resultado del concierto entre los agentes y no como el producto de leyes inmodificables que hoy se le atribuyen al mercado.

Cuando se ocupa de las desigualdades que produce la política en Europa (parte II del capítulo 10) será aun más radical al afirmar lo siguiente “La propiedad que tiene el hombre en su propio trabajo es la base fundamental de todas las demás propiedades, y por lo tanto debe ser el derecho más sagrado e inviolable en la sociedad. Todo el patrimonio del pobre consiste en la fuerza y destreza de sus manos, y estorbarle que emplee sus destrezas y sus fuerzas del modo que le parezca más a propósito, sin injuria del prójimo, es una violación manifiesta de un derecho incontestable (…)”[2]

A partir de estas referencias surgen sin duda algunas preguntas: cuántos de los mentores del liberalismo y del neoliberalismo esgrimen estos argumentos de Smith en la formulación de sus propuestas. Cuántas corporaciones defienden el derecho inviolable al trabajo y lo anteponen a sus pingües ganancias en momentos en los cuales su nivel de operaciones decrece. Cuántos administradores, más allá de la retórica, defienden el trabajo antes que el capital. Como todas las respuestas a estas preguntas son negativas, surge otra pregunta que si considero fundamental dejar planteada: no habrá llegado el momento de volver a las fuentes para retomar el recto y moral camino que nos propone Adam Smith.

[1] SMITH, Adam: La riqueza de las naciones. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona, 1983. Pág. 114
[2] Ibidem, pp. 177-178
*La imagen de Aristóteles ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y originalmente aparece en: http://www.nodulo.org/ec/2008/n072p07.htm
**La imagen de Adam Smith ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y originalmente aparece en: www.cooperativeindividualism.org/land-question_r-s.html

lunes, 1 de septiembre de 2008

Factores de producción y generación de riqueza

Una convicción difundida cada vez más en los círculos de negocios es la certeza de que el trabajo es el factor de producción más dinámico y el más importante en la generación de la riqueza y, por ende, el más importante en la creación del valor. Pese a esto pareciera que hemos avanzado poco en la mejora de las relaciones sociales entre los distintos factores de producción, principalmente en las relaciones sociales de producción entre el capital y el trabajo.

Contrariamente a lo que se puede pensar y, también, a lo que algunos nos quieren hacer pensar, esta convicción no es reciente. No la están descubriendo las escuelas de negocios y menos aún las universidades, ni los centros académicos en los que se enseñan las carreras de administración y gestión empresarial, ya que por cierto es de data muy antigua. Cuando los economistas clásicos Adam Smith* y David Ricardo**, descubren y coinciden en señalar que el valor de los bienes está determinado por la cantidad de trabajo que ha sido necesario para producirlos, es decir cuando afirman que el valor de intercambio de las mercancías esta dado por la cantidad de trabajo acumulado en ellas, implícita y explícitamente descubrían también que el trabajo era entre todos los factores de producción el más importante y el de mayor dinamismo.

Desde entonces (mediados del siglo dieciocho) si bien hemos mejorado mucho las relaciones sociales de producción entre el capital y el trabajo, sin embargo no hemos logrado acercarlos del todo y aún hoy ambos factores se encuentran en abierto conflicto, expresado a través de los movimientos laborales en defensa del trabajo y, también a través, de las decisiones que el capital toma con relación al trabajo, fundándose en la ley de la oferta y la demanda, es decir expresado en las políticas de despidos masivos, que se utiliza como primera medida para reducir los costos cuando disminuye el nivel de transacciones de las organizaciones. Pese a esta realidad: las empresas siguen declarando que los trabajadores son su mayor activo y las escuelas de negocios y universidades, siguen enseñando que el trabajo es el componente más importante de la competitividad de la empresa, en medio de una cultura de doble moral en la que, finalmente, siguen prevaleciendo los intereses del más fuerte.

A este panorama, desalentador y paradójico, se ha sumado la presencia de un nuevo factor de producción en conflicto: el Management, factor que se introduce en la empresa, precisamente con la finalidad de conciliar el capital con el trabajo, pero que deviene en otro factor en conflicto debido a la dependencia que ha desarrollado con relación al capital. El filósofo británico Bertrand Russell***, en su libro Autoridad e individuo publicado en 1949, señala: “El divorcio entre la dirección y el obrero ofrece dos aspectos, uno de los cuales es el conocido conflicto entre el capital y el trabajo, mientras que el otro consiste en un mal más general que afecta a todas las grandes organizaciones. No es mi propósito hablar sobre el conflicto entre el trabajo y el capital, pero el distanciamiento de los elementos directivos en una organización, ya sea política o económica, ya sea bajo el capitalismo o bajo el socialismo, es un tema menos trillado y que merece consideración”[1]

La pregunta que tendríamos que hacernos es hasta cuándo vamos a seguir promoviendo la cultura de la doble moral. Mientras no encaremos esto dentro de la empresa, las posibilidades de desarrollar una competitividad sistémica, se verá afectada por el conflicto real que existe entre el capital, el trabajo y la administración. Conflicto que ni las más sofisticadas técnicas de mejora del clima organizacional pueden resolver por si solas. Es necesario que nos replanteemos esta discusión propiciada por el filósofo británico Bertrand Russell, pero en honor a la verdad, descubierta por el notabilísimo escritor checoslovaco Franz Kafka, de quien nos ocuparemos en otra entrada de nuestro blog.

[1] RUSSELL, Bertrand: Autoridad e individuo. Breviarios del Fondo de Cultura Económica. México D.F. 1949
* La imagen de Adam Smith ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y originalmente aparece en: www.cooperativeindividualism.org/land-question_r-s.html
**La imagen de David Ricardo ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y originalmente aparece en http://original.britannica.com/eb/art-13741/David-Ricardo-portrait-by-Thomas-Phillips-1821-in-the-National
*** La fotografía de Bertrand Russell ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en: http://lamediahostia.blogspot.com/2008/05/bertrand-russell-y-la-tica-de-la-guerra.html