Al inigualable escritor argentino Jorge Luis Borges* pertenece el juicio más preciso que se haya formulado sobre la obra de Kafka: “Dos ideas –mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; y el infinito, es la segunda.”[1] En lo personal pienso que entre las múltiples subordinaciones que lo agobiaron, las más importantes, también, fueron dos. La subordinación a su padre, la primera y la subordinación al trabajo, la segunda.
De la primera subordinación, se ocupó de manera explicita y magistral el propio Kafka, cuando escribió Carta a mi padre, texto cuyo tenor, sentimiento y psicología, sirven para designar un síndrome psicológico que describe un tipo de relaciones disfuncionales entre padre e hijo, que se ha dado a llamar precisamente el síndrome kafkiano. De la segunda subordinación, también se ha ocupado el escritor checoslovaco, aunque de manera menos explicita, encubriéndose en los diversos personajes que creó en sus obras, pero sobre todo, encubriéndose en Gregorio Samsa el inmortal protagonista de La metamorfosis. Esta nota se centra precisamente en las concepciones que sobre el trabajo posee Gregorio Samsa, es decir Franz Kafka.
Debo decir que entre todas las opiniones ilustradas que conozco sobre el trabajo, las de Kafka** me parecen las más desgarradoras: bien por el contexto en que las vierte (en medio del drama kafkiano de Gregorio Samsa) o bien por su exquisita sensibilidad reconocida por todos. En sus ideas se conjugan el genio del observador agudo, con el sentimiento indignado del más desvalido de los seres; de ahí que posean la fuerza y la originalidad que con certeza no se encuentra en otros autores.
Cuando Gregorio Samsa (ya consciente de su monstruosa transformación) comienza a pensar, lo primero que viene a su mente es la obligación del trabajo y su probable error al haber elegido la profesión que tenía (la de vendedor viajero). Al reflexionar sobre esto, Kafka realiza una de las más brillantes descripciones del clima organizacional en el que se mueven los viajantes (otro cuadro similar, sin llegar al registro kafkiano, pero igualmente brillante lo conseguirá Arthur Miller con Willy Loman en La muerte de un viajante) Kafka escribe lo siguiente:
“¡Dios mío! –pensó-. ¡Que profesión tan dura escogí! Día tras día de viaje. Las tensiones por los negocios son mucho mayores que en el almacén, y además este tormento de los viajes, la preocupación por las conexiones de los trenes, la comida mala, a deshoras, y unas relaciones humanas que cambian, que nunca duran, que nunca llegan a ser cordiales. ¡Al diablo con todo!”[2]
Como se observa, a juzgar por el texto de Kafka, lo primero que preocupa y perturba (aún más) el intranquilo despertar de Gregorio Samsa, es el trabajo, la obligación que conlleva, pero sobre todo lo deshumanizada y atareada que es su labor, en la que todo es provisional, donde nada es realmente auténtico y cordial y en la que el corazón no puede tomar parte, en el sentir de Borges. Más adelante, pensando en remediar su tardanza repara que su esfuerzo sería en vano ya que el incondicional del amo (de esos que hay en toda empresa y de quienes gustan rodearse los dueños de los negocios) de seguro ya lo había puesto en evidencia. “(…) Incluso aunque lograra alcanzar el tren, no podría evitar la perorata del patrón, pues el auxiliar del almacén, que lo estaría esperando en el tren de las cinco, ya debía haber informado su falta. Era el auxiliar un pelele del patrón, sin carácter ni discernimiento. (…)”[3]
Pero las reflexiones de Kafka van aún más lejos, demostrándonos su genialidad. Cuando Gregorio Samsa logra salir de su habitación y se encuentra cara a cara con el principal (en la traducción de Borges) o el gerente (en la traducción de Cristina Fronnden), es cuando Kafka nos va a desvelar su cosmovisión sobre el trabajo, cosmovisión en la que claramente se transmite la conciencia de que el administrador es un mediador entre el capital y el trabajo y que como tal debe tomar parte por los empleados antes que por los empresarios:
“Bueno –dijo Gregorio, bien consciente de que era el único que había conservado la calma-, en seguida me visto, recojo el muestrario y salgo de viaje. ¿Si me van a dejar salir? Ya ve, señor gerente, que no soy testarudo y que me gusta trabajar. Los viajes son pesados, pero no podría vivir sin ellos. ¿A dónde va, señor gerente? ¿Al almacén? ¿Si? ¿Va a informar todo con veracidad? (…) Como usted bien lo sabe, le estoy muy obligado al señor patrón. Por otro lado, tengo que velar por mis padres y mi hermana. Estoy en un aprieto, es cierto, pero ya sabré salir de él. No me lo haga más difícil de lo que ya es. ¡Póngase de mi parte en el almacén! Yo sé que no quieren a los vendedores viajeros. Creen que se ganan un dineral y que se dan la gran vida. Después de todo no tienen ningún motivo especial para reflexionar acerca de este prejuicio. Sin embargo, usted, señor gerente, tiene una visión más amplia de las condiciones del trabajo que el resto del personal; incluso, dicho sea en confianza, una mejor visión que la del mismo patrón, el cual, en su calidad de empresario, se deja engañar fácilmente en perjuicio de un empleado. (…)”[4]
Como se aprecia en el texto, para Kafka queda claro que el trabajo es una actividad asumida por las obligaciones económicas que se poseen, antes que por vocación; pero, además, subraya la diferencia entre la administración y el capital, importante en este tiempo en el que muchas empresas hacen pensar a sus administradores que son propietarios del negocio, o por lo menos propietarios de parte de él. Falacia que utilizan con el fin de incrementar la productividad del negocio. Pero lo más importante, es el rol que Kafka le asigna a la administración, cuando prácticamente le exige al gerente que tome parte por él y no por el patrón, apelando a la visión más amplia de las condiciones de trabajo que él posee en su calidad de administrador.
Pese a la claridad que ofrecen los textos de la más importante obra de Kafka, pudieran surgir los cuestionamientos a esta interpretación, señalando que Kafka no es Gregorio Samsa y que las preocupaciones del hombre convertido en coleóptero, no tienen por que ser necesariamente las del autor checoslovaco. Por ello para escribir esta entrada me propuse revisar dos biografías de Franz Kafka: la de Max Brod[5], su albacea literario, y la de Klaus Wagenbach.[6]
Ambas biografías le dedican un capítulo al trabajo y la profesión de Kafka: “Luchas por el empleo y la carrera.” (Capítulo 3 del libro de Brod) y “Compañía de seguros de accidentes de trabajo. Amistades. Planes. Viajes.” (Capitulo 5 del libro de Wagenbach***). En este último trabajo, el autor, transcribe fragmentos de la correspondencia de Kafka que despejan toda duda a este respecto:
“Ahora llevo una vida totalmente desordenada. Tengo, sin embargo, un empleo de ochenta mezquinas coronas y de ocho a nueve horas infinitas de trabajo, pero las horas fuera de la oficina las devoro como una fiera. Como hasta ahora no estaba acostumbrado a limitar mi jornada de vida a seis horas y además estoy aprendiendo italiano y me gusta pasar la caída de la tarde al aire libre, el ajetreo de mis horas de libertad no me descansa mucho.
“(…) Del trabajo no me quejo tanto como de la podredumbre del tiempo cenagoso. Y es que las horas de la oficina no se dejan desarticular; todavía durante la última media hora se siente el peso de las ocho horas lo mismo que durante la primera. Muchas veces es como un viaje en tren a través de la noche y el día, como si uno, al fin, todo amedrentado, ya no pensase ni en el trabajo de la locomotora del maquinista, ni en el campo llano u ondulado, sino en que todo depende solamente del reloj que uno tiene en la palma de la mano sin quitarle los ojos de encima… Todos lo que tienen una profesión semejante son así. El trampolín de su buen humor es el último minuto de trabajo.”[7]
En el primer párrafo de la cita, queda evidenciada las coincidencias que poseen Kafka y Goethe (véase en este blog “J. W. Goethe y el trabajo”) Kafka, al igual que el autor de Fausto, considera al trabajo una suerte de esclavitud y a sus horas de duración, le suma las horas de sueño, que igual no cuenta como parte de su vida. Por ello afirma que no estaba acostumbrado a limitar su jornada de vida a seis horas. Luego enfatiza en que no es el trabajo en si, es más bien el empobrecimiento y la transformación del tiempo cuando se trabaja lo que le molesta, así como la imposibilidad de desarticular las horas que se pasan en la oficina.
¿Por qué tiene que ser tan enrarecido el clima organizacional en los centros de trabajo? ¿Por qué pese a todos los programas de capacitación, de otorgamiento de poder y de fidelización de los empleados, vemos a los integrantes de la nómina, tal cual lo describe Kafka, viendo el reloj como si de él dependiera sus vidas? No será tiempo de modificar las relaciones sociales entre el capital y el trabajo, para beneficio de la organización y de todos los que participan en la cadena de valor.
“Ahora llevo una vida totalmente desordenada. Tengo, sin embargo, un empleo de ochenta mezquinas coronas y de ocho a nueve horas infinitas de trabajo, pero las horas fuera de la oficina las devoro como una fiera. Como hasta ahora no estaba acostumbrado a limitar mi jornada de vida a seis horas y además estoy aprendiendo italiano y me gusta pasar la caída de la tarde al aire libre, el ajetreo de mis horas de libertad no me descansa mucho.
“(…) Del trabajo no me quejo tanto como de la podredumbre del tiempo cenagoso. Y es que las horas de la oficina no se dejan desarticular; todavía durante la última media hora se siente el peso de las ocho horas lo mismo que durante la primera. Muchas veces es como un viaje en tren a través de la noche y el día, como si uno, al fin, todo amedrentado, ya no pensase ni en el trabajo de la locomotora del maquinista, ni en el campo llano u ondulado, sino en que todo depende solamente del reloj que uno tiene en la palma de la mano sin quitarle los ojos de encima… Todos lo que tienen una profesión semejante son así. El trampolín de su buen humor es el último minuto de trabajo.”[7]
En el primer párrafo de la cita, queda evidenciada las coincidencias que poseen Kafka y Goethe (véase en este blog “J. W. Goethe y el trabajo”) Kafka, al igual que el autor de Fausto, considera al trabajo una suerte de esclavitud y a sus horas de duración, le suma las horas de sueño, que igual no cuenta como parte de su vida. Por ello afirma que no estaba acostumbrado a limitar su jornada de vida a seis horas. Luego enfatiza en que no es el trabajo en si, es más bien el empobrecimiento y la transformación del tiempo cuando se trabaja lo que le molesta, así como la imposibilidad de desarticular las horas que se pasan en la oficina.
¿Por qué tiene que ser tan enrarecido el clima organizacional en los centros de trabajo? ¿Por qué pese a todos los programas de capacitación, de otorgamiento de poder y de fidelización de los empleados, vemos a los integrantes de la nómina, tal cual lo describe Kafka, viendo el reloj como si de él dependiera sus vidas? No será tiempo de modificar las relaciones sociales entre el capital y el trabajo, para beneficio de la organización y de todos los que participan en la cadena de valor.
* La fotografía de Jorge Luis Borges ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en www.biografiasyvidas.com/biografia/b/borges.htm
**La fotografía de Franz Kafka ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en http://www.philosophyblog.com.au/the-problem-of-our-laws-by-franz-kafka/
*** La fotografía de Klaus Wagenbach ha sido bajada del buscador de imágenes de Google y aparece originalmente en www.tuebinger-buecherfest.de/programm.html
[1] Aunque esta cita es tomada de un libro de la serie Cara y Cruz de Editorial Norma: A propósito de Franz Kafka y su obra, recuerdo haberla leído por primera vez en el Prólogo que Jorge Luis Borges hizo a La metamorfosis publicada por Editorial Losada hace ya muchos años, un volumen de tapa naranja con azul, que algunos seguro recordarán y que no puedo referir con precisión por formar parte de aquella larga lista de libros que los lectores solemos perder, literalmente, en el camino. El subrayado de la palabra subordinación e infinito es mío.
[2] KAFKA, Franz: La metamorfosis. Editorial Norma. Segunda edición: Colombia, 2002. Traducido del alemán por Cristina Frondden
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] BROD, Max: Kafka. Alianza editorial y Emecé editores. Buenos Aires: 1951. Madrid: 1974, 1982.
[6] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981
[7] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981. pp. 73-74.
[1] Aunque esta cita es tomada de un libro de la serie Cara y Cruz de Editorial Norma: A propósito de Franz Kafka y su obra, recuerdo haberla leído por primera vez en el Prólogo que Jorge Luis Borges hizo a La metamorfosis publicada por Editorial Losada hace ya muchos años, un volumen de tapa naranja con azul, que algunos seguro recordarán y que no puedo referir con precisión por formar parte de aquella larga lista de libros que los lectores solemos perder, literalmente, en el camino. El subrayado de la palabra subordinación e infinito es mío.
[2] KAFKA, Franz: La metamorfosis. Editorial Norma. Segunda edición: Colombia, 2002. Traducido del alemán por Cristina Frondden
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] BROD, Max: Kafka. Alianza editorial y Emecé editores. Buenos Aires: 1951. Madrid: 1974, 1982.
[6] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981
[7] WAGENBACH, Klaus: Kafka. Alianza editorial. Madrid: 1970, 1981. pp. 73-74.
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